21 de noviembre de 2005

La semilla y la pena


Tenés en el hocico el bigote cobrizo.

Te mostrás atento, cordial y caballero. Pero al instante el velo se muestra y lo cobrizo se torna violento y lo violento se torna irascible, injusto, soberbio, autoritario e insano.

Me cargo la cruz al hombro y muevo los pies y continúo.

Supongo que todos tenemos una cruz que cargar. ¿no mamá?

Ayer te recordé mi momento feliz.

Estábamos en casa, éramos una familia, de padres jóvenes e hijos puros.

Te recuerdo descalzo sosteniéndome sobre tus piernas, levantándome con los brazos, omnipotente y protector, nada nos pasaría si entre nosotros el bigote…

Aún lo recuerdo como si fuera siempre. Los mosaicos oscuros zigzagueando en el piso fresco. La alegría del fruto materno regodeaba los rostros afortunados.

El calor no era tanto. Veía pasar a los heladeros con sus bocinas a enema, rompiendo la tranquilidad que se mecía entre las ramas de los viejos paraísos.

Y como te extrañé cuando te fuiste.

Cuando te fuiste nunca más fui el mismo, pero siempre te quise.

Porque todavía recuerdo al perro, al bigote, a la protección, a tu olor, al poder, al orgullo.
Hoy no puedo verte más a los ojos, preguntarte porque las noches estrelladas se oscurecieron mientras yo te esperaba en la vereda.

Esperé hasta que el cansancio me atrapó, arrastrándome tibiamente al olvido.

La suerte está echada. Algunos tendrán una semilla y otros una pena.
Algunos tendrán solo un recuerdo. Otros sufrirán calamidades peores.

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