
Sábado por la noche, cero luces, humo de disco y berrinche electrónico, lejos de eso, muy.
Rodeados de garcas tipo caté, gorilas, asesinos del amor del pueblo. Equinos devorados por la ambición, equivocados lustradores de botas militares. ¡Milico, como te odio!
Estos tipos impertinentes anti-Evita, se bancan a un tipo como Alfonsín, hasta prefieren al turco, antes que al tuerto. Está todo mal, habrá que darse y ver quien es mas macho.
El quilombo no se hizo esperar, Corso hambriento por un poco de recuerdos, viejos tiempos, aquellos días donde estabas levantando tierra, mientras el papá detrás de la cortina, observando el combate, mirando al nene poniendo ojos chinos, donde antes había redondez ocular. No fue hace tanto.
Y llamamos al quilombo, y el quilombo apareció. Piñas, sangre, a.d.r.e.n.a.l.i.n.a., erotismo masculino que se desnuda entre las camisas roídas y la comisura roja de labios hinchados y dolidos. Yo rojo odio.
La saco barata, se las puse a un par, golpeo en la cabeza a unos, otros son pateados en el piso.
Sirenas, luces que se prenden, la gente que sale de sus casas a ver el espectáculo pugilístico, gratuito y libre, como en la época del Pocho.
Ante la situación de conflicto, pleno acceso policial a nuestro prontuario e identificación, huimos.
Si nos arrestan nos van a encontrar con eso.
Nos fuimos.
Tres delirados montados en sus candentes orgullos, enfilando en trío mordaz hacia el lugar pactado.
Mostrando el pupo sobre la hebilla, mirando fijo la ruta, el destino se asomará pronto.
La ruta a oscuras, iluminada apenas por los fantasmas que se acercan a velocidades luminosas y al tropel que levanta polvo y se pierde en el horizonte.
¿El sol? El sol en su casa, supongo.
Cerca del desvío, la luna se refleja, mostrando la silueta, esfera plateada de misterios ocultos, inalcanzables. ¿Quién sabe que esconde? ¿Cuantos hombres te habrán visto, contemplando desde la privacidad de sus pensamientos? Pensamientos de esos que nadie cuenta.
El cielo durante toda la noche, mostró la danza de los satélites que circundaban en todo su anchura, mostrando las luces y enviando mensajes, desde las alturas contemplativas y solitarias.
Nosotros los sátrapas, desvencijados sobre el césped, observando y comiendo de la mano de Don Mescalito, iluminados por la luz tenue pero presente de una luna redonda y misteriosa.
Habíamos llevado el agrio trago en una botella camuflada, entre galletas sin sal y un libro de aforismos chinos.
El apuro era cosa de otros tipos. Tipos como nosotros, gente “anormal”, NO.
Rodeados por el brillo opalino de la noche sobre el agua que se amontona frente a nosotros, nos descalzamos para “sentir mejor el latido” de nuestra madre inmaculada.
Alfredo me pregunta: “falta poco para el desplante?”
Mi estimado amigo, tendrás tu cuota de magia, veneno y frío.
Alfredo, se pierde en la oscuridad y su inmensidad. Entre un telón negro y pesado desaparece. Quien sabe, que buscará entre las sombras de los árboles, en dominios de la sabiduría del lagarto, que descansa entre las sombras de sus escamas doradas.
Nosotros quedando juntos, nos miramos mientras las estrellas se caen como desprendiéndose del decorado. Pegamento malo.
Seguíamos esperando que la tragedia se diluyera, mientras nos esperan.
Tarde, muy tarde, empezamos a percibir la presencia. La noche se aclaró apenas, el dolor había cesado y las arcadas desaparecieron.
Uno sabe cuando apronta el momento buscado, el dolor se va apagando, las pupilas se dilatan y el asco, bueno el asquete sigue presente, en la gordura de tus amígdalas.
Mirando hacia los lados, inquiriendo sobre los árboles pude verlo.
Don Mes nos espiaba, agazapado entre unos arbustos cercanos, pensando que nadie lo descubre mira impune y con derecho.
Lo llamo, gentilmente y con reverencia. “Don Mes, lo estamos esperando”.
Se acercó sonriente, sabiendo que todo se repite, inclusive los errores.
Preguntó por Alfredo y Alfredo se acercó hacia nosotros, como una aparición entre las sombras, caminando y a carcajadas, temeroso y con nervios reía del miedo.
Don Mes no usa sombrero, está descalzo, quizás quería sentir "la tierra latir", conectado con el Todo Exterior, vinculado con el Todo Interior.
Nos mostró una esfera que giraba en sentido al reloj. La luna se reflejaba en ella, como si tuviera en su interior una luna minúscula y viva.
Miró la esfera fijamente y nos dijo, “Perón tiene razón, ustedes son unos boludos”.
Res Ipsa Loquitor

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