
Agoté mis chances de soñar y encaminado al delirio del desierto, decidí mostrar una pulgada mas de compasión.
La noche parecía caer fría y muerta. Sentencia inevitable y con rojos distantes en el horizonte.
Y yo, entre mis pensamientos agobiantes y el vicio oscuro de unos parisinos negros, nublé mi vista y en tus ojos me perdí.
Como extraño tu cabello, como extraño tus misterios.
En este corazón muerto, he sentido nacer un brillo.
De esos besos húmedos de primavera y orquídeas, en esos secretos que se murmuran al oído.
Nunca pude romper ese espejo. Nunca pude matar ese dolor. Y si la daga tiene mi sangre, es porque amé.
Y si la daga tiene mi sangre, es porque entregué las venas que oculto a mis amantes, a todas sus cárceles y celdas.
No se pudo especular con tal desenlace. No se logro mantener semejante viaje. La lujuria fue al fin el ultimo encanto, vil encanto que me costó el pacifico y grisáceo sueño.
Yo, soy esto. A mi, que tanto merito gratuito se me dio en ofrenda y en público, como si fuera un pesebre, halagado, atolondrado, endrogado, por tanto suplicio verbal, se me infundó sueño y miedo.
Poniendo ladrillo sobre ladrillo, uno a uno, me voy muriendo.
Salvo algún dios, nadie sabrá que penurias traeré al mundo. Y ella, la que al final estrujó con sus manos mi corazón, me trae la capa negra y el bastón de calavera.
Vestido así voy, a quebrarle la espalda al dolor, a encabronarme con un tío cruel y cagarlo a trompadas.
Seré el justiciero brutal, el cazador del asesino del hombre, el maldito hijo de puta que te dispara en la oscuridad y te roba la billetera.
Amen.

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