11 de noviembre de 2005

No se puede vivir sin química



Acá estoy, descocido en jueves de vigilia, esperando que la sopa se me enfríe y tomarla con mosca y todo.

Estoy flameado y sin dormir, no duermo hace varias noches y siento el escalofrío y el vértigo de que alguien se dé cuenta, pero que importa… nada importa y eso lo aprendí viendo como silenciaban aquellos ángeles, después de mayo y de las hojas.

No se puede vivir sin química, dijo mi testigo despierto ese día que te despaché la caja que no tenía mi nombre, no se puede olvidar sin recordar que nada importa.

Quise dilatar tus pupilas, quise florear tus pasos, endulzarte el vino, que vengas y me olvides sin recordar que nada importa.

Pero perdí y me pierdo, me oculto como un suicida que teme al disparo, con las luces bien prendidas para ser encontrado fetado y descocido como en jueves de vigilia.

No siento los dientes ni mi nariz fría de perro, no siento el frío calándome los huesos, estoy endurecido en jueves de vigilia.

El split brilla al lado del fuego y me quedo pensando, a cuantos ciegos he distraído con lucecitas y colores, con mi fantasía necro-marxista-poli-neuronal-peronista.

Entonces me abandoné al dolor, porque quise ser consumido al ver las chances de renacer entre las sombras del olvido.

Y me quiero extenuar, abatirme, arrasarme, quitarme la piel y ver si todavía sigo acá dentro; arrancar mi lengua cuando pierda el filo.

Pero no le temo al rock… no señorita, ni le temo al destierro, desembarazarme de mi puta situación, esperar que el viento cambie y volver al ruedo, obnubilarme y cerrarme como una piedra, que feliz final para una vida entera de no comprender como carajo llegué a esta habitación, quien es este señor?

Mierda a veces duele, sin placer que me conmueva, sin cabezas que me pierdan… la misoginia me sienta bien los viernes por las noches y dejo de buscar una cabeza con cuerpo.

Pierdo el paso y me consumen lánguidos fantasmas blancos que flotan sobre un espejo.

Me sangra y nadie se da cuenta, que nadie se de cuenta de nada, que felicidad, sigo inmune a la mirada de sospecha, nada importa y yo tampoco.

Sorpresivo papel de esquina, obra teatral, de silencio nasal y nada más.

Pero me quedo sin palabras y sufro el traspié tan temido, me enmudece la partida y es que no siento ni mis dientes y si mi lengua se aclara con la noche entonces miento sin ser descubierto.

El ph de mi saliva ennegrece tu recuerdo, lo oscurece obsecuente del milagro de morirme todas las noches y me atrapa otra vez la agonía de estar tan despierto y sin salida, cuando el día muere entre los pliegos de nubes rojas y se duermen hasta las ánimas.

Paranoia furtiva, de ser descubierto, de ser sorprendido atornillando mi destino contra el vidrio y una Banelco sin brillo, sin glamour, ni decadencia, ni libido, ni lujo, ni rojo sexo.

Querida agonía de metro ochenta, te dejo, me voy, y si!.... estoy flipado en la oficina... cuidáme, que nadie se de cuenta de nada.

Sigo mirando el televisor esperando que te muestres viva y fría como una lombriz.

Que ciego estoy, no veo ni a un metro, menos mal.

Que el olvido me atrape en su regazo y me sumerja en el éter tibio y sombrío del final.

Estoy aturdido sin mi tristeza, pero ya no miento, nunca pude decir lo que era verdad.

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