En una nube vivía un zorro.
En una nube blanca, pálida, bella, mullida.
En una nube vivía un zorro,
que colgado a una ilusión de globo,
miraba contemplativamente el verde de más abajo.
Pensaba, “seguramente en el verde todo es más divertido”, mientras suspiraba de soledad.
En una nube vivía un zorro y vivía en solitario.
No había plantas, ni otros animales.
Los pájaros volaban a distancias lejanas, era una nube pequeña, mas pequeña que una humilde casa.
La nube estaba desolada, solo era un colchón ilusorio, muy blanca como de algodón, con algunos metros cuadrados nada mas.
El zorro, nunca tenía hambre, solo dormía por las noches cansado de tanto pensar, meditaba continuamente su situación, la nube volaba muy alto y veía a la vida muy pequeña, tanto que pasaba años enteros mirando hacia abajo e imaginando los detalles que no distinguía desde las alturas, maravillado con la vida del verde.
Los ríos, el sol reflejado en el mar y las palmeras de las islas eran poesía para él.
No había mayor placer para el zorro que ver a un par de lobos caminar en el verde, uno a la par del otro, perseguirse en la gramilla.
Si alcanzaba a ver a algún lobo o animal que se le pareciera su día era feliz.
Observaba echado con la cabeza sobre el borde de la nube, las imágenes más bellas de los atardeceres, mientras su nube como las otras, se teñía de rojo por el sol herido que muere en la tarde.
Al amanecer la nube se manchaba de amarillos pasteles del fulgor de la mañana.
La soledad al menos se compensaba con la belleza que pululaba alrededor.
Al paso de los días, su humor se fue debilitando.
Lentamente fue marchitándose.
Un día dejó de moverse, su atención solo se limitaba al magnetismo de la infinita variedad de la vida que deseaba profundamente vivir, oler, poseer.
La vida era algo que nunca podría alcanzar.
Su rostro fue cambiando, sus ojos fueron apagándose.
Echado con la cabeza al borde de la nube, dirigía la mirada implacablemente hacia abajo, hacia el verde, hacia centenares de miles de zorros, de pájaros de colores, de leones, de bellos lobos, de peces, de plantas grandes como una nube. Sus ojos se clavaron en la vida, que a distancia latía incansablemente.
A cada momen
to tomaba mas conciencia de su situación y ello le afligía más.
Al cabo de unos años, sumido en la tristeza, para el zorro, cada atardecer dejó de tener sentido.
Había perdido la belleza,
El zorro que hacía tiempo había dejado de moverse, estaba inmóvil echado con la cabeza colgando de la nube.
Sus ojos se cristalizaron y entró en un letargo paralizante y frío.
Y tristemente el zorro que seguía inerte, inmóvil parecía al fin muerto.
Al cabo de varios meses, en la noche la nube, que continuamente viajaba a donde el viento le llevare, alcanzó la cima de una montaña.
Lentamente el viento cesó y la calma asoló la cima y la nube sobre esa cima reposó.
El sol que amanecía iluminó los redondos y marrones ojos del zorro.
Perezosamente empezó a despertar, hasta que muy débil se reincorporó en sus patas.
Notó inmediatamente que no estaba sobre la nube, que estaba sobre tierra firme.
Los latidos se aceleraron, alcanzó a observar el terreno, estaba en la montaña, en la cima de una montaña muy alta.
El blanco del hielo no es como el blanco de la nube, nada lo desilusionaría más que despertar exaltado, ilusionado y ver solo blanco, pero eso lo alentó al ver con los ojos abiertos como nunca, el verde en la distancia, allá abajo.
Sin perder un segundo de tiempo, el zorro huyo a gran velocidad montaña abajo, no abría obstáculo que detendría su carrera, tampoco el cansancio, ni el hambre.
Huiría de la soledad, de las grandes vistas, de los grandes paisajes, para ver al mundo desde el verde, rodeado de centenares de miles de zorros, de pájaros de colores, de leones, de bellos lobos, de peces, de plantas grandes como una nube, como esa nube de la que escapa raudamente.
El zorro se detuvo al cabo de un par de horas.
Su cuerpo estaba desecho. Su rostro sangraba, la sed alcanzó su boca por primera vez.
Sentir la necesidad fue su primer nuevo sentimiento y eso lo inundó de felicidad. Estaba muerto y ahora corre por su libertad.
Se acercó hacia una vertiente que nacía a los pies de un pequeño barranco y por primera vez bebió agua.
Se repuso al cabo de unos segundos y siguió a paso más lento aún sin destino bajando de la montaña.
A cada momento observaba la vida florecer y morir a su alrededor.
Maravillado se echó en una roca grande como su antigua nube y se entregó a la contemplación de su nuevo mundo.
Había corrido entre matorrales y alimañas por varias horas, necesitaba descansar, necesitaba dormir, necesitaba comer, necesitaba tiempo solo para asimilar todo ese mar de sensaciones que en cada momento parecía superar, lo que el corazón aguantaba.
Se desplomó sobre sus patas, quedando dormido placidamente.
Al tocar la profundidad de su sueño, tuvo su primera pesadilla, su primer temor y despertó.
Soñaba que escapaba de un león y que al mismo tiempo corría detrás de una gallina.
Al llegar la madrugada, tomó conciencia de que las reglas habían cambiado.
Observó su piel con la sangre pegada sobre el pelaje.
Era su sangre y el zorro es zorro.
Desperezándose, se paró sobre sus patas y siguió a gran velocidad, pero esta vez tenía un destino.
Esta yendo al sureste, a donde había visto dos lobas blancas jugando en


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