6 de marzo de 2006

Loba divina


Y en el camino me encontré con una loba divina, que subida a una montaña de cocaína, aullaba puro y frío amor.

No había nada que ella no probara. Había caído en todos los trucos, había voluntariamente decidido a ocupar un papel temporal de inocente borrega.

Fortunas en pases mágicos de polvos antialérgicos.

Solitaria, le vieron cerrando las persianas del departamento y entre los apuntes de Derecho Romano I, peinó sus mejores cuadros.

Me contó entre líneas su pasado color ámbar y me mostró su lunar. Nunca deje de escucharla. Oírla es tan hermoso. De voz suave y delicada. Me eclipsó entre lo hermosamente decadente de su mirada y el misterio de su cabello negro, negrísimo.

Ayer, antes que me dijera nada, yo ya sabía de la Gillette, de su mirada de tiburón y el adiós que nunca supo aullar.

Ahora pienso y la rememoro.

No se que me dijo esa noche cuando tapándome la cara con una almohada la llamé.

Sentí su voz apacible, adormilada, con esa tonada indefinidamente hermosa. Quisiera creer que dijo admirarme.

Me detengo y recuerdo.

La velocidad de la noche rayada en un espejo, el aliento y el gusto agrio del Cabernet. El pelo sobre la mesa y la mirada cristalina de sus ojos moros.

No. Esto no ha terminado.

Lo juro.

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