Y esa afirmación me sustenta en el aire sobre los demás indefensos, llenando mi pecho de fría compasión.
Una mueca en mi rostro se ha formado y eso lo he notado algunos días después de comprarla y recibir mi correspondiente autorización administrativa a tenerla conmigo, a llevarla conmigo.
Bastó justificar mi profesión de abogado, para que el estado considere mi ocupación como riesgosa. Sabremos todos porque.
Lo cierto es que ahora me acompaña en mi soledad momentánea. Mi soledad y mi arma, una combinación que solo se tamiza con bastante marihuana, discos interminables de Coltrane, Bjork, y Joy Division.
La mesa esta servida.
Pronto, los que ocupan irremediablemente un lugar al costado de la ruta de mi existencia, me interpelarán sobre el porque de mi nueva adquisición. Sospecharan otra vez sobre ausencias de cordura, aún frágil y quebradiza.
Obviamente desconocen mi oculto lunar desvergonzado. Nadie sabe que el domingo pasado, casi a la medianoche sufrí un ataque de paranoia y compré un arma el mismo lunes. Me indicaron una dirección donde podría llevar mis papeles, entre ellos mis antecedentes policiales, los cuales carezco oportunamente.
Hace siete domingos atrás, en otro ataque cambié mi puerta por un portón reforzado de hierro y chapa, con mirilla camuflada, cinco bisagras y doble cerradura. Por ahí no van a entrar.
Mi barrio es tranquilo y la policía no suele molestarme. No tengo más enemigos que cualquiera y sinceramente no le debo dinero a nadie.
Simplemente, necesite esa enorme y pesada puerta para que me separara de mis jefes, de mis clientes, de mis vecinos y algunos tíos, de esos amigos que no quieren irse de mi sofá y esas chicas que pretenden fumar toda mi hierba.
Un día la puerta ya no fue suficiente, como se sabe en estos tiempos los leones pueden ejercer tímidamente el canibalismo y me encuentro alerta, si señor, cerca de mis discos, de mi hierba y su aroma a viejo libro Borgiano a sueño porteño de adoquines y sus palomas y una puta mirándome desde un balcón. Y yo descorcho otro vino que traje de Tinogasta en medio de tormentas de viento seco y arena.
Paz. Me encierro en mi templo que cubre mi alma y endereza mi espalda, arquea el miembro y me dispone al coito nuevamente. Es como diría Don Secus: absoluter Bügel.
La gracia divina de mi oculta figura.
Después de todo el hombre no tiene nada más valioso que un lugar a donde ir a esconderse, sea de sus lobos, de sus acreedores o de sus demonios que caminan por la vereda y miran queriéndose asomar por la ventana.
Pues les advierto que estoy armado y voy a resistir hasta el final.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario