30 de abril de 2009

La finitud de todo

Atesoro, guardo silencio, aguardo el momento en que ya no pese ni duela. Los fríos se llevan las historias que se hicieron de repente viejas y blasfemas, a mi ego y mi condena.
Suelo a veces encontrarme fantaseando en silencio y solo con el día, ese día en que la pera madura cae por su peso y toma conciencia de la finitud de todo.
A la noche siempre la escucho decir que corre veloz y feliz, pero de tanto escucharlo uno dejó de creerle. Todos nos quemamos los pies con las mismas brazas. Todos aprendimos que un mago no alcanza para desaparecer una montaña como esa. Yo cicatrizo, me arrastro hasta que camino, camino hasta que puedo volar y sonreír como diablo a la dueña de las uñas que surcan mi espalda.
Hay guerras que no dejan más que victimas, tan simple aprenderlo y tan difícil asumirlo, sobre todo para los culpables.
Agilizo el paso, me predispongo a montar un ruido veloz y luminoso, las nubes en el horizonte van quedando detrás del sol y me alegra.
Las líneas del asfalto, se convierten en mis venas y huyo raudo de mi sombra, viajo en silencio cuando viajo solo y pienso, en los tiempos de mi vida, atesorando algunos recuerdos de quienes quisieron quedarse pero no pudieron. De aquellos que fueron arrebatados por los rayos de la muerte y de esos años de Córdoba, de balcones y tu incondicionalidad.

1 comentario:

Carolina dijo...

apenas unas horas y ya te extraño tanto!!!
te adoro...