4 de abril de 2009

A veces te odias tanto que ni el amor parece merecerte.

A veces boicoteaste tanto que ni el dolor ajeno parece importante

El reloj me gira al revés, a su propio antojo y yo me mantendré mudo e inmutable, esperado ahorcar al tipo interior que todavía se preocupa por tu suerte en las noches.

Eso se llama abandono. Un abandono silencioso que se consuma con la ignorancia. Verte y no verte. Saber que no estas ahí, ya no para mi, ni para mi pequeño y oscuro mundo.

Voy a cerrar una puerta desde afuera. Primero guardaré tu recuerdo amordazado dentro de unas paredes húmedas y viejas de antiguas rocas en mi mente. Y me dejaré libre y a vos encarcelada en mi propio cerebro, en tu propio recuerdo, te aseguro así nunca envejecerás.
Peor venganza, no debe haber. Supongo.

La ruta nocturna y los dos, las líneas amarillas, las gotas cayendo en un parabrisas, los miles de kilómetros, los cuartos oscuros de hotel, nosotros murmurando el amor, bajo miles de chocolates y a cientos de kilómetros del dolor... pero de ahora en más solo vemos el precipicio. El fin del amor, de las promesas, de las rosas y las espinas. De anquincila, el bolson, tafi y otros que ya extrañan no verme con vos.

Las canciones seguirán, las musas cambian, los tiempos cambian, el amor no se muere sin aniquilar un poco la niñez de cada uno. Uno sabe que pierde y que gana. De que se alivia y de que padecerá. No miro ni con rencor, te puse en la mano todo lo que tengo y quien sabe porque… hoy el dolor nos parte a los dos.

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