23 de julio de 2009

Levitando

Antesala del infierno, las auras de los muertos aquí brillan como un nirvana.
Atesoro esos recuerdos, cuando el fuego no quemaba ni era de los vientos.
Miro entre los barrotes del encierro, predispongo el camino hacia los entierros, de duelo en negro y en silencio. Así debería encontrar a mi espíritu sentado, pero solo veo una mirada tenue y aséptica, una mueca oculta en mi rostro que no devela esos secretos que guardo entre los pliegos de viejas vergüenzas.
Nunca lo esperaba, nunca atenuaba los dolores, quizá sea mi naturaleza macho, de esbeltos pechos y delgadas figuras.
Las líneas de mi cuarto reflejan el abandono. Las puertas he cerrado, las he clausurado ante tanto empeño y manoseo. Prefiero el ron, el silencio compasivo, prefiero los mares rompiendo en las rocas de mi emancipación.
Soy libre, soy libre de tu dolor. Esos truenos solo nombran viejos fantasmas que merodean mis aposentos.
Allá irá la memoria, para agotarse en los fracasos ajenos y propios, para delirar entre los colores del surrealismo, en la esperanza de que los fríos cedan ante la mirada sincera.
No importa mucho cuanto perdón flamee en el viento, no hay oídos para esos lamentos.
Los caminos recorridos y el amanecer, hoy me sorprenden levitando entre tantos dulces pecados.
El gentío murmura, complota, me mira pasar y solo me ahondo en mis pensamientos, sin perder de vista el norte, observando al tiempo transcurrir entre los golpes de mi reloj. Pronto, el frío cederá, pronto empezaré a pudrirme, a perder la piel, a desollarme frente a un espejo. A quitarme lo que chorrea de estos colgajos. Miré mis pupilas y observé. El tiempo corre en estos días.

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