
Yo en verdad supongo, que todas tus mañas, tus palabrotas, tus mentiras, agotadas en tu saliva, te las chifla en gangoso el otrora final del águila negro.
Imagino… ya nada vendrá sano de tus labios, y la desgracia de esta manzana es que se ha hecho gusano y estamos condenados a oler tus secretos, entre la carnicería que sensible y tímidamente estrolas entre los Pirineos y el fuego de las arenas.
A pesar de ello, no tengo temor al verte llegar, desplegando glorioso tus alas de grises y ocres, entre las nubes de mi valle, porque tengo la condena colgando de mis bolas desde hace tanto.
A veces pienso en tu cara de bush y lamento y maldigo al colesterol que no los dejó pensar y te dieron el partido sin ganar.
No te veo, no te veo, ya no más.

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