25 de enero de 2006

Mi Irina (cuento corto)

Su risa me despertó del sueño liviano. Era como un cazador de sueños que cascabelea con la brisa de marzo.

Asomándome por la ventana del cuarto, pude ver obnubilado por el sol tempranero, como lavaba su cabello negro y largo, mientras las gallinas comían.

La había deseado desde que tenía edad para desearla. Pero nunca fijó sus ojos en mí.

Demasiado insignificante, tan poco atractivo. ¿qué chances tienen los tipos como yo?

Tiranos que atormentan los silencios enmudecidos por la mala suerte y la desazón.

Pensé mil veces en entregarle mis mejores poemas. Eran todos de ella, mi musa, mi silente y displicente Irina.

A nadie mas querría como a ella. La amaba en silencio, en cruel distancia.

Quizás fue ese beso que una tarde sobre una rayuela me entregó, en profano ritual de duendes niños, que por las siestas y a escondidas jugábamos.

No lo sé. Aún recuerdo como vestíamos esa dorada tarde, hace tiempo ya.

Un lunes me acerqué a ella. Regresaba con los mandados a cuestas. Yo de impresentable formalidad, caminando sobre veredas de tierra.

Decidido a hablarle le ofrecí bruscamente acarrear con sus cosas, pero ella mirándome feo siguió su camino apresurando el paso, dejándome inmóvil, sintiéndome un idiota.

Nunca mas he vuelto a hablarle. En oportunidades de malicioso infortunio hemos quedado frente a frente en mi manzana, sin decirnos una palabra, parecía mirarme con odio. Nunca supe el porque. Solo la amé en silencio y a distancia.

Han pasado varios años desde ese entonces. Nada ha cambiado demasiado.

Ya tengo treinta años y ella algunos menos. Ninguno de los dos ha tenido grandes amores. Ninguno se ha casado.

Pero aún la espío cuando los domingos por la mañana lava su cabello, mientras las gallinas comen y la gente sigue muriéndose sin conocer el amor.

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