
Largó el bolso y huyo de la persecución.
Notó que aún la seguían y se metió en mi casa.
Nadie había, que le preguntara que hacía ahí.
Tomó un vaso vidrio y lo rompió contra una vitrina.
Se sentó en la mesada.
Miró el techo y se cortó profundamente con los restos.
Los brazos le sangraban y las venas se vaciaron ahí en mi cocina.
El frío contrajo los muebles y el sueño la cargó en brazos.

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