Miré al cielo y dí gracias por mi perfume a dolor quemado, sabiendo que será mi último agradecimiento y maldigo:
"Gracias parroquiano del destierro,
por tus palabras de aliento
y el sin fin de colores que brillan en tu convento.
Gracias maltrecho poeta negro,
de esos versos incandescentes
que lastiman los labios de quien lee tus cuentos.
Gracias malherida bruja sin freno,
que tus besos han sido lágrimas
y mis lágrimas tu encierro."
Borré mis palabras que aún flotaban en el viento y me marché oculto detrás del polarizado. El humo enrarecía mi visión, dejándome a tientas y sin la gracia que algunos han visto sonreír en el brillo de mis ojos.
Una vieja cinta de Dylan chilla en mi estereo a válvulas y el combustible me guiña cómplice de mis deseos de huir de ésta ciudad llamada "Penosa".
En el volante oculto un secreto. En el volante y en mi bolsillo pequeño. Así prefiero seguir viviendo.
Que los viejos con sus esposas gordas muten en caballos de trineo y acarreen baldes de agua en invierno.
Yo prefiero que las sábanas frías me abracen como a una amante y me desvistan de pies a cabeza, dejándo surcos de baba sobre mi pecho.
¿Ladino yo?
Claro que si.
Para algunos son solo un pasatiempo, para mi, ellas un desierto y yo un camello sediente que sonríe al calor y a su infierno.

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