No carezco de compasión, simplemente me dejo llevar por el dolor. Enfilo mi nariz hacia donde el dolor huele.
Así pase mis días en el norte, donde todo se quema, aún antes de estrenarse.
Es que no se de otra forma de vivir, al menos sentirse vivo, aunque los fusibles se quemen y me entierren aún a edad de carnalidad.
Y las lobas que antes solían lustrar mis zapatos con sus egos acaramelados, hoy escriben llorando, reclamando por ausencias y presencias, por aromas y la fiel demencia, que suele acompañar mi sombra.
No temo a un juicio justo, temo al juez de tu corte, que evita el corte y la toma casi pura. Casi, porque de esto nadie esta exento.
Por eso, cuando galopo por las noches solitarias y me iluminan grandes lámparas públicas y de luz amarilla muerta, siento que todo burbujea.
Despierto de los sueños que atrapan, huyo de la modorra pélvica y me entrego en cuerpo al tirano más amable.
Salta, me guarda una joya, de nombre árabe y misterio moro.
Remembranza.
Hasta los cables te atrapan aquí, aquí dentro, donde se cocinan todos tus secretos.

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