Y derramando el vino oscuro sobre el mantel blanco, me quedé mirando fijo la mancha y tu rostro, que saturado de endorfinas, luce gracioso el secreto peor guardado en los ojos y me sonríe.
Mi vida.
¿y las columnas que sostenían este cielo?
Nada es lo que era, nada está donde estaba.
Los tiempos se oscurecen por las nubes que se posan y corren unas sobre otras.
Miro alrededor, la gente pasa en silencio, mirando horizontes que solo ellos ven.
Y nadie tiene amor hoy para dar.
Y nadie pide amor hoy para amar.
Nadie está esperando en la vieja y desolada Terminal y el tiempo corre entre las agujas y jeringas, entre el narcótico abandono sometido que me excluye del banquete.
Me dejo.
Te dejo.
Los dejo.
Me voy.

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