14 de febrero de 2007

Postales de pueblo sufrido

De tarde mientras caminaba por callejuelas empedradas y paredes de adobe, miraba al cielo azul, de claridades de altura, meditando con los ojos cansados de tanto ver, a veces fijos sobre la punta de mis zapatos.

Tantos kilómetros buscando algo sin saber que. Basta solo el recorrido que se hace intenso a cada paso, a cada gota de sudor que el sol me estruja de la cabeza,

… caliente de ideas y verano,

de deseo carnal cual amante recostado,

… que espera listo y perfumado… a la dama que viene presurosa,

cavilando sus imágenes escondidas,

detrás de la mirada perversa

de la ninfa y su secreto inconfesable.

Papá nunca lo sabrá.

Pienso en el destino de ésta gente, en estos transeúntes, compañeros furtivos y volátiles en mi camino norteño, que crecen como fantasmas y desaparecen tibiamente, en un contraste de amarillos seniles y cenizas de hechicería a metros de la casa de gobierno.

Los Gringos tan foráneos como yo, abundan aquí, se los ve caminar con su cruz a cuestas, con el occidentalismo tan profano en esta tierra de olores profundos. La gente de por aquí está acostumbrada a las miradas bobas que se socavan ante la belleza de la sencillez local, ante la sensibilidad que les sorprende descubrir tan lejos del fin de su acartonado y puntual globito azul.

Los bodegones me hechizan por el pleno perfume a cerveza tirada y la negrura de unos ojos malignos, no me dejará dormir solo esta noche.

Domingo por la mañana,

Las calles empedradas desnudan los secretos del pueblo abandonado por los soñadores que bebieron y que pueden dormir, a diferencia del péndulo agreste que sulfura rencores en una mañana de sol alcalino y diáfano.

El cielo se mantendrá azul.

La iglesia presente siempre, cerca del poder, cerca de la cocina, me llama y entro.

Las sombras enfrían el aire y la bóveda azul de estrellas amarillas me abraza y me tienta, abandonar un poco la insolencia descreída del que conoce el truco del mago.

Y me dejo llevar por la belleza onírica y la ajena fe, de unas viejas que rezan el rosario, murmurando formulas de antaño, todo en un murmullo casi melódico.

Si sonará el Réquiem, me tentaría a comulgar, en esta estética antropófaga de santos que se mueren golpeados, asesinados, que se mueren mal, recordados aquí con bellos muertos de yeso y la devoción de pueblo sufrido, que es el sustento de toda la magia que se respira aquí.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi querido Pedro: aunque usted prefiera el papel de amante, siempre termina convirtiéndose en el pequeño gurú de todas sus ninfas...Bella postal.