
Un ángel se presentó ante mí y en sus manos trajo un frasquito dorado.
Aduce ser la salvadora a mis dolores y su pócima la indicada para acabar con los dos demonios que tengo a cada lado de mi cabeza y que muerden mi cuello sin soltar.
Supongo que estaré acostumbrado a tanto dolor canino y al frío que arde en mi espalda cuando se les va la mano con la sangre y el rojo fulgor del amor por la víctima.
Agradecí frunciendo el seño y no acepté tomar la pócima.
Prefiero a los demonios sangrientos que a su mirada sospechosa.
Decidí partir y al voltear hacia la salida el ángel me tiró la pócima por la cabeza.

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