Bailando con el viento

La vergüenza es la única que hoy me sonríe, todos los disparos parecen venir hacia aquí.

Déspota y axial, no me llevo con mis encantos, ni con mis engaños, ni con las gafas que no ocultan el olor a alcohola añejo, ni la piel amarillenta del hastío.

Los relojes se atormentan solos porque aquí nadie los entiende, desollar al carnero viejo, de cuernos largos y enredados, en pleno monte y ante la orden del cura párroco que sin disfraz ni temor festeja el momento a la vista de su señor.

Esa impunidad perfuma las paredes de este barrio, donde las ovejas matan a los lobos, cazándolos como si fueran hormigas, despojados de la furia y el poder, mientras tanto pierdo la memoria y la ortografía, olvido el deseo hecho fuego en el pecho, olvido el sencillo dictamen de la infancia.

Oleadas eléctricas en mi espina desnuda al frío de la calle, son como necropsias inguinales fruncidas y truncadas, como fenómenos punguistas detrás de un espejismo cartular y diáfano.

Tu plata y la mía, ventanas ciegas, compartimientos estancos y el individualismo carnal que ronda en la cabeza de cada niña de escotes sin oxigeno.

Los años corren ciegos y dispares, frenéticos y sin destino, audaces sin brillo ni lucidez, así deberé dejar de escapar, hacerle frente al demonio que yo mismo he creado, fumando a escondidas y sin dios.

Atardecerá, solo espero eso para poder salir, para poder husmear la ciudad o lo que dejan de ella, apreciar a los leones que vagan entre cabarets y papeles bailando con el viento, sin testigos ni amantes, sin barrenderos, sin temor a ser descubiertos, disfrutando del viento y su invisible bondad.